Era como volver a aquellos días en los que era feliz simplemente con un paseo en bicicleta, con el olor que se escapaba de las chimeneas, el olor a pan recíen horneado, ese olor a pueblo que tanto le gustaba, el olor del jabón, olor a heno de pravia, el olor de su infancia, tenía guardado en un cajoncito de la mesita una pequeña pastilla de jabón.
Cuando se sentía nostálgica iba a su habitación, abría el cajón, sacaba ese jaboncito y aspiraba su aroma para que llegara hasta lo más profundo de su ser, de su alma y así viajaba. Regresaba a aquellas mañanas de sábado en las que salía con su padre a montar en bici, a aquellos dias de campo en los que jugaba al escondite, a los días en los que se hacía una tienda de campaña con una sabana en la terraza de casa y jugaba a ser exploradora, viajaba a los momentos en los que bailaban, así sin más, porque si. Cuántas risas hubo en aquellos días! Cuánto añoraba hoy compartir sus pequeñas cosas con él! Querría contarle, contarle no, abrazarle, oir de nuevo su risa, oir de nuevo sus bromas.
Hoy tenía en la mano su jaboncito, lo acercó a su nariz y aspiró hondo, muy hondo, como si le fuera la vida en ello y volvió a abrazarle, a reir con él... y lloró, pero no de tristeza, lloró por lo afortunada que se sentía, por lo privilegiada que era por lo que había vivido, por todo lo que le había dejado en herencia, una infancia feliz, el mejor regalo.
Mamiiii! Salió de su ensoñación, guardó el jaboncito en el cajón y salió de la habitación, ahora le tocaba a ella hacer feliz a alguien con esas pequeñas cosas que nunca se olvidan.